Rojo y negro, de Stendhal
Francia ha sido, a lo largo de siglos y siglos, una fuente casi inagotable de obras maestras en todas las manifestaciones artísticas. Desde los cuadros impresionistas que traspasan el marco gris de la realidad urbana para dar libre albedrío al color, hasta auténticas catedrales literarias como la de Proust y su En busca del tiempo perdido, pasando, por ejemplo, por el ilustre Voltaire o el oscuro Baudelaire. La lista se podría prolongar, si uno quisiera, hasta el infinito, tal y como el castigo que impuso Zeus a Prometeo. Sin embargo, no estamos hoy aquí para hacer sufrir a nadie con nombres vacíos llenos de sílabas gangosas, tan propias de la sutil lengua francesa, sino para hablar de un libro tan enigmático como ilustrador: Rojo y negro, de Henri Beyle, más conocido como Stendhal; una novela considerada por muchos como lo mejor de la narrativa francesa.
La obra nos sitúa en un período convulso a nivel político: 1830. Por un lado, las ideas de la Revolución de 1789 siguen dando coletazos por las esferas sociales, mientras que los resquicios del imperio napoleónico yacen todavía humeantes en la memoria colectiva de una sociedad sumida en la incertidumbre de la Restauración. Historia y política son dos temas que, a pesar de no ser los principales en la obra, juegan un papel relativamente importante en esta, pues definen, en parte, el marco narrativo. Es más, como subtítulo de Rojo y negro, aparece Crónica de 1830, dando a entender su inherente rigor realista. No obstante, lejos de quedarse como un calco social anclado en ese período histórico, el análisis psicológico y la disección de los movimientos del corazón de Stendhal adquieren más y más rigor con el paso del tiempo y trascienden al siglo en el que se escribe, porque, ante todo, es una novela que habla del amor y su condicionamiento por parte del individuo en una sociedad infestada de hipocresía e incertidumbre, donde la soledad del ser está cubierta con un capa de prejuicio y pretensión.
El protagonista, Julián Sorel, es un simple hijo de carpintero que, a pesar de la rudeza de su padre y de sus hermanos, adquiere una educación exquisita gracias a la lectura y un ansia de convertirse en una figura decisiva como lo fue Napoleón; tenemos, pues, a todo un idealista. Acaece que un día, el alcalde de Verrières, la pequeña ciudad en la que vive Sorel, le ofrece la posibilidad de ser el precepto de sus hijos, y a partir de ahí, nuestro héroe, como se hace referencia a él en la novela, experimenta toda clase de vicisitudes gracias a sus virtudes: asciende en la escala social, se enamora de M. de Rênal, la esposa del alcalde, después de Matilde de La Mole, hija de un duque con residencia en París, desarrolla una labia envidiable, obtiene un maravilloso sueldo, etc. Toda esta historia, magníficamente construida, se divide en dos tomos: el primero se desarrolla en Verrières y el segundo en París. Esta visible dualidad tiene lugar en muchas ocasiones en distintos niveles analíticos de la obra: dos adjetivos en el título, dos mujeres amadas, dos ciudades que son testigos del paso de Julián, dos hombres que, en cierta media poseen a las amantes y son dueños de sus destinos(el alcalde y el duque), iglesia y nobleza, dos formas de ser de Julián que añaden tragedia a su personaje: no puede encontrar la felicidad ni de donde viene y a donde va. Vemos, pues, que hay un tono antitético en esta dualidad; Stendhal nos deja entrever los engranajes de su maquinaria narrativa.
El título de por sí es muy sugestivo, y ha generado, tras años de estudio crítico, diversas teorías sobre su verdadero significado. Algunos sugieren que nos lleva a pensar en el fuego apasionado del amor, el crimen, el ejército y la vida (rojo) y la desdicha, el duelo, la muerte y la iglesia (negro)debido al color de las sotanas de los curas. Otros, en cambio, han visto en esta paleta bicolor la representación simbólica de las épocas que se enfrentan en la obra: el rojo del gran ejército napoleónico durante el Imperio contra el negro del clericalismo sofocante y las sombras de la Restauración. Ante este aluvión de teorías, deberíamos, sin embargo, quedarnos con la explicación del mismísimo Stendhal, que dice así: "el rojo significa que, de haber vivido antes, Julián hubiese sido soldado; pero en la época en la que vivió, se vio forzado a tomar la sotana, de ahí el negro".
Dejando de lado todo este contenido crítico, Rojo y negro es, ante todo, una obra exquisita que eleva el espíritu. Stendhal da cuerpo a a lo inmaterial y color a lo invisible, nos sumerge en los pensamientos laberínticos de los personajes: dudas, deseos, aspiraciones, ideales. Para ello, se hace uso de una prosa refinada, con una sutileza y precisión que subyacen detrás de cada palabra. Podemos ver, por ejemplo, el siguiente fragmento, que no dejará indiferente a ningún lector:
El título de por sí es muy sugestivo, y ha generado, tras años de estudio crítico, diversas teorías sobre su verdadero significado. Algunos sugieren que nos lleva a pensar en el fuego apasionado del amor, el crimen, el ejército y la vida (rojo) y la desdicha, el duelo, la muerte y la iglesia (negro)debido al color de las sotanas de los curas. Otros, en cambio, han visto en esta paleta bicolor la representación simbólica de las épocas que se enfrentan en la obra: el rojo del gran ejército napoleónico durante el Imperio contra el negro del clericalismo sofocante y las sombras de la Restauración. Ante este aluvión de teorías, deberíamos, sin embargo, quedarnos con la explicación del mismísimo Stendhal, que dice así: "el rojo significa que, de haber vivido antes, Julián hubiese sido soldado; pero en la época en la que vivió, se vio forzado a tomar la sotana, de ahí el negro".
Dejando de lado todo este contenido crítico, Rojo y negro es, ante todo, una obra exquisita que eleva el espíritu. Stendhal da cuerpo a a lo inmaterial y color a lo invisible, nos sumerge en los pensamientos laberínticos de los personajes: dudas, deseos, aspiraciones, ideales. Para ello, se hace uso de una prosa refinada, con una sutileza y precisión que subyacen detrás de cada palabra. Podemos ver, por ejemplo, el siguiente fragmento, que no dejará indiferente a ningún lector:
La señora de Rênal intentó trabajar, pero se durmió profundamente; al despertar no se asustó tanto como hubiera debido. Era demasiado feliz para tomar a mal nada. Ingenua e inocente, aquella buena provinciana nunca se preocupaba de ahondar en su alma para ver el efecto que producía en su sensibilidad cualquier nueva sensación de dolor o placer. Entregada en cuerpo y alma antes de la llegada de Julián a todo ese cúmulo de trabajos menudos que fuera de París constituyen la vida de una buena madre de familia, pensaba en las pasiones como suele pensarse en la lotería: engaño manifiesto y felicidad soñada por insensatos.
Fragmento del Capítulo VII del tomo I (página 115, Rojo y negro)
Otro punto muy interesante en Rojo y negro son las citas que aparecen en todos y cada uno de los capítulos de la novela y que, de una manera o de otra, se relacionan con el punto de la trama en el que aparecen. Suelen ser de autores muy conocidos, como Shakespeare (Hamlet) o Byron (Don Juan), aunque en algunas de ellas, como verán los lectores con ediciones llenas de notas a pie de página, no hay una autoría clara; es decir, o Stendhal se las inventa o simplemente pone a un autor con una cita que no le corresponde. Por otro lado, esta configuración argumental dividida en capítulos nos permite, además, comprobar cómo Stendhal juega con la tensión y la intriga, pues tenemos un claro planteamiento del nudo argumental al principio y un desenlace al final de cada capítulo que nos conecta con el siguiente. Ilustremos esto de las citas con un ejemplo:
But passion most dissembles, yet betrays,
Even by its darkness; as the blackest sky
Foretells the heaviest tempest. (Don Juan, C. I., st. 73.)
Traducción: "Pero mientras más se disimula la pasión, más se traiciona, aun por su opacidad, así como el cielo más negro anuncia la tempestad mayor."
Cita del Capítulo X del Tomo I (página 131, Rojo y negro)
A la hora de hacer un análisis de esta obra, no se puede excluir, por mucho que uno quiera, el enorme contenido biográfico del que Stendhal se nutrió para crear su novela. El propio personaje de Julián Sorel, con sus orígenes y trágico final, procede de un suceso que vio la luz en los periódicos y que llamó la atención del autor: "el caso Berthet". Hay también reminiscencias del odio manifiesto que tenía contra su padre, y que en muchos de sus héroes novelísticos se ve reflejado en la doble paternalidad. Además, la creación de Verrières y las cualidades de las gentes provinciales son fruto directo de su juventud rural, y el gusto por la naturaleza y paisajes elevados, vistos como lugares, hasta cierta medida, redentores por Julián vienen de su propia experiencia. Sobre su modo de ver la literatura, Stendhal nos dice así dentro de la propia obra:
Tengan en cuenta que una novela es un espejo que se pasea por un ancho camino. Unas veces se refleja el cielo azul, otras el fango de los cenagales del camino. ¿Por qué acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en la mochila? ¡El espejo refleja el fango y acusáis al espejo! Más justo sería acusar al camino donde está el cenagal, o mejor aún al inspector de caminos, que permite que el agua se encharque y lo forme.
Fragmento del Capítulo XIX del Tomo II (página 508, Rojo y negro)
En cuanto a los demás personajes, es clave decir que es la introspección en la que se encuentra sumergidos la mayoría de las veces lo que los hace verdaderos. Sus mentes funcionan como si estuviesen jugando constantemente una partida de ajedrez, en la que cada movimiento debe ser medido con una exactitud exacerbada para no ser devorado. Con esta herramienta, Stendhal aporta algo de movimiento a la obra, pues combina lo que piensa uno con lo que piensa otro, y es el lector el que juzga a ambos, el que deduce todas las estratagemas. En general, son los personajes de Julián, Matilde de la Mole y la señora de Rênal los que más aparecen en esta vivisección sentimental, aunque en ocasiones muy puntuales, aparecen las inquietudes del duque de La Mole o las del padre Pirard, por ejemplo.
En definitiva, Rojo y negro es toda una experiencia didáctica en todos los sentidos que, a mi juicio, alcanza la perfección estilística y enriquece nuestra visión de lo que a veces puede llegar a ser la vida en sociedad. Es un must read, como se dice hoy en día por las calles españolas, y me gustaría acabar la entrada con este magnífico fragmento de las páginas finales, que, como ya verán, tiene una potencia alegórica enorme:
Dispara el cazador un tiro en el bosque, cae su presa y él corre a cobrarla. Su bota tropieza con un hormiguero de dos pies de altura, destruye la vivienda de las hormigas, las esparce a lo lejos, a éstas y a sus huevos...Ni siquiera las más filósofas de las hormigas llegarán nunca a comprender lo que fue aquel cuerpo negro, inmenso, terrible -la bota del cazador- que de repente invadió su habitáculo con rapidez increíble, precedido de un estruendo espantoso y acompañado de chispas de un fuego rojizo...Así son la muerte, la vida, la eternidad; cosas muy sencillas para quien tuviera órganos capaces de concebirlas...
Fragmento del Capítulo XLIV del Tomo II (páginas 693-694, Rojo y negro)
Pensio.
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