Cetáceos sin rumbo

Anoche te vi, mi ballena sin continente.
Anoche te vi bañada en la vitalicia luz. 
Te vi zambullida sin remedio 
en el llanto sin pupila 
de la última luna llena. 

Agigantada como vives
por haber crecido en un cielo sin límites, 
nutrida como estás
por haber mamado de la ambrosía celeste, 
saltabas a través de la noche espesa, 
bañabas en astros las olas del firmamento. 
A tu lado, los soles llorados por el infinito 
no eran más que motas de sal olvidada
en las mareas de tu inmensidad postergada. 
Te sentía expandida, 
derramada por todo mi ser, 
como un fuego perpetuo 
guiado por el alcohol,
propagándose en las tinieblas de lo desconocido. 
Y en mitad de esa expansión que reverberabas,
con el largo fulgor de tu enorme chapoteo,
apagaste la oscuridad de la noche, 
encharcaste los infinitos cuarteados, 
iluminaste las cavernas 
del recuerdo mutilado. 

Y cuando te contemplé, 
una y otra vez, sumido 
en el embeleso consumado de tu odisea iridiscente, 
me deshice en lágrimas sin nombre, 
me fundí en la llama que de ti emana, 
mi descomunal ballena milenaria... 

En la leche de la noche eterna 
en la que yo te vi, 
tus aletas totales tocaban, 
cual pétalo de rosa el rocío, 
el sonido testimonial de las constelaciones. 
Tu voz de titán silenciado 
susurraba vocablos de sabio 
a la sorda negrura del vacío, 
y tus barbas barbitúricas 
brotaban del grito de mil planetas 
asediados por las miradas rotas de mil cometas. 

Y al final, 
cuando parecía que te ibas a desvanecer,
cuando parecía que morirías para siempre, 
como la cola de un meteoro fugitivo, 
lanzaste tu canto. 
Y tu canto detuvo el espacio, 
tu canto devastó cada trazo del tiempo, 
tu canto retumbó en mi pecho 
y retorció las entrañas de mi alma . 
Y con aquellas notas inabarcables,
con aquellas notas que se prolongaban 
más allá de la vida,
me sentí eterno, existente, 
ignorante de la muerte, 
dueño de mi nada, 
hijo de tu todo, 
enorme en mi nimiedad. 

Y es que, ballena mía, anoche no te detuviste 
en tu travesía sin destino, 
en tu migración ceremonial. 
Las gotas sacras que cayeron 
del coletazo de tu aleta caudal 
sobre la superficie del manto estelar 
fueron el tambor arrítmico 
que marcó la marcha 
de un nuevo mundo 
en un nuevo día. 
Y por un instante 
fui olvido, 
fui energía, 
fui divino, 
oh, ballena solamente mía.

Alberto Fleitas Rodríguez






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